(El País, 04 de marzo de 2021) La neozelandesa Marilyn Waring fue la primera en plantear en 1988 que la economía de mercado ignora el trabajo no remunerado de las mujeres. Lo hizo en un libro, Si las mujeres contaran ((If Women Counted), que constataba la necesidad de colectivizar las tareas que permiten el mantenimiento de la vida y que no se reflejan en el PIB porque desde siempre las han hecho las mujeres de forma gratuita.

La llegada de la covid ha hecho que, por primera vez, hablemos de estas cosas en serio. El confinamiento y el teletrabajo, pero también los empleos que se han revelado como esenciales, han dejado al descubierto un modelo insostenible. Las mujeres no pueden seguir cargando con el peso de los cuidados y otras tareas indispensables sin cobrar por ello.

En Cataluña las cifras son elocuentes. La mayoría de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres y el 97% de ellas reconoce que no tiene alternativa porque necesita tiempo para cuidar de niños, niñas o personas dependientes. Los recortes en guarderías y dependencia han obligado a miles de mujeres a abandonar el mercado laboral para asumir tareas de cuidados y las que tienen un empleo es en los sectores más precarios y peor remunerados.

Desde los noventa, la economía feminista denuncia estas contradicciones íntimamente vinculadas al sistema capitalista y alerta que no es sostenible mantener un modelo basado en la invisibilización de tareas esenciales. Nos propone desplazar el centro de interés desde los mercados a las personas, recuperando como objetivo económico el bienestar y no el crecimiento por el crecimiento.

Este 8 de marzo nos encontramos más que nunca ante este debate porque hacemos frente a una crisis multidimensional en que se superponen, como muñecas rusas, distintas crisis como la sanitaria, la ecológica, la alimentaria, la social y la de cuidados, todas vinculadas con el devenir del sistema capitalista y las consecuencias más negativas que ha tenido para la humanidad. Plantear otra forma de organizar la economía, en la que los procesos que sostienen la vida estén en el centro y la norma sea la igualdad, aparece como una alternativa.

Ante la desigualdad creciente, la economía feminista propone una transformación radical de la sociedad porque vivir en igualdad significa dar vuelta a un mundo en que la norma es la desigualdad. Significa trabajar por un horizonte donde todas las personas, no solo las mujeres, tengan las mismas posibilidades. Esto supone un doble reto: buscar soluciones económicas y políticas que socaven las brechas sociales y de género y que esas soluciones revaloricen el papel de las mujeres y otros colectivos discriminados.

La filósofa y escritora feminista, Nancy Fraser, sostiene que el feminismo no puede consistir en que algunas mujeres ocupen posiciones de poder y privilegios dentro de las jerarquías existentes sino en superar esas jerarquías. Esto implica desafiar la división entre producción y reproducción que define a la sociedad capitalista e impulsar un nuevo modelo que permita reducir el sesgo de género y la desigualdad. Es el momento de trabajar por ello.

Publicado en El País Cataluña el 5 de marzo de 2021

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