(Beatriz Silva y Blanca Cercas. El País, 10 de agosto de 2019) Desde hace años se ha instalado en Cataluña un uso del lenguaje en el que las palabras y la utilización que se hace de ellas excluye a una parte importante de la población. Términos como pueblo, país, catalanes, se utilizan para referirse a un grupo determinado de la población.

Desde las entidades civiles, pero también desde algunas universidades y medios de comunicación, se transmite la idea de que Cataluña es como una sábana blanca, una realidad uniforme que habla con una sola voz: la voz del pueblo. O del país. Este pueblo, repiten, reclama la autodeterminación y la independencia.

Ya no se habla de ciudadanía. Una palabra que significa pertenecer en igualdad de condiciones y sin distinciones a un sistema político. Un concepto que permitiría recuperar muchas de las cosas que se han perdido en estos años. La diferencia entre ser catalán y ser ciudadano de Cataluña en estos momentos no es menor. No es lo es, porque tiene que ver con lo que un grupo de la población relaciona con la identidad nacional. Pero también con la segregación del que se considera no forma parte de ese imaginario colectivo.

Es difícil pensar que alguien pueda afirmar que alguna de nosotras, con orígenes extremeños y chilenos, no somos ciudadanas de Cataluña. Vivimos y trabajamos aquí, hemos construido nuestras vidas y formamos parte activa de la vida social y política. Sin embargo, muchas personas piensan que no somos catalanas. Incluso alguna de nosotras se ha visto en la situación que le digan que “parece catalana”, algo que revela que el hecho diferencial pesa más que otros argumentos.

Esto no era así hace un par de décadas cuando el concepto catalán o catalana era mucho más inclusivo, cuando el conflicto identitario no se había instalado en el centro de la vida política cuestionando consensos colectivos que habían permitido construir una sociedad cohesionada.

Este proceso no ha sido casual ni espontáneo. Se han invertido millones de euros en propaganda, en organizar movilizaciones y campañas que han exaltado un determinado discurso, congresos que han tergiversado la historia para forzar unos hechos que no han existido en la realidad. El más burdo es hacer creer que Cataluña se opuso en bloque a la dictadura franquista a pesar que, como en toda España, la sociedad se dividió en dos bandos. Los líderes políticos franquistas catalanes, pero también sus partidarios, no vinieron de Burgos ni de Madrid. Estaban aquí, celebraron la llegada de las tropas franquistas con vítores y se reciclaron en las mismas formaciones nacionalistas que ahora quieren hacernos creer que la lucha por la independencia es una continuación de la lucha antifranquista.

Creemos que es el momento de impulsar un proyecto de convivencia que no sólo ayude a recuperar los lazos personales sino que también contribuya a construir una cultura política basada en el acuerdo rompiendo tópicos. Un proyecto que supere los agravios y que en vez de centrar el debate en cuestiones como el derecho de autodeterminación o la diferencia se focalice en los beneficios de la convivencia.

Tras la ruptura social que produjo en Quebec la celebración de dos referéndums de independencia, el gobierno federal se esforzó en propiciar iniciativas que permitieran recuperar los puentes que se habían roto. Reforzando los valores comunes en los curriculums escolares, facilitando el intercambio estudiantil para que las nuevas generaciones pudieran conocerse y visibilizando las cuestiones que les unían. No se trata que en Cataluña imitemos el papel que han hecho las plataformas independentistas repitiendo consignas sino propiciar el espíritu crítico y el debate para que cada ciudadano y ciudadana pueda crear su propia consciencia política tomando en cuenta la diversidad existente.

Las personas que apostamos por el federalismo, por no imponer los deseos de unos sobre otros, tenemos que comenzar a invertir esfuerzos, pero también recursos, en recuperar los lazos que se han roto y los acuerdos que se han perdido. La formación de un nuevo Gobierno en España es una posibilidad para avanzar en este camino de recuperación del concepto de ciudadanía como elemento esencial de la convivencia.

En su libro Elogio de la duda, Victoria Camps recuerda que vivimos en tiempos de extremismos y confrontación en el que priman las verdades absolutas y no se toma en cuenta la importancia de dudar, de escuchar al otro. Recuperar el concepto de ciudadanía es algo que implica abandonar las trincheras, aceptar la parte de verdad que hay en los argumentos del otro y llegar a nuevos consensos.

Publicado por El País el 10 de agosto de 2019 (Foto: Albert Garcia)

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