(El País, 7 de marzo de 2020) El capitalismo sin regulación perjudica a las mujeres. Es lo que intentan demostrar investigadoras como Kristen Ghodsee que analizan como la desregulación en las economías capitalistas castiga en mayor medida a las mujeres, y más a las más pobres. Las que están en la cúspide de la distribución de la renta, sufren menos. Pero cuando entran en juego factores como la clase social o el origen étnico, las mujeres necesitan políticas de redistribución y protección para no sufrir las formas más crudas de discriminación.

Este 8 de marzo las calles volverán a inundarse por una marea violeta que nos recordará los problemas que enfrentan los colectivos de mujeres más vulnerables pero también las políticas que deberíamos estar desplegando para protegerlas. Las mujeres representan el grueso de personas que cobran menos de 1.000 euros al mes en Cataluña: son 7 de cada 10. La mayoría trabaja en los sectores peor remunerados. El 84% son camareras, dependientas, administrativas o trabajan en el servicio doméstico. La inmensa mayoría de empleadas del hogar y cuidadoras son mujeres, muchas inmigrantes, que trabajan sin cotizar a la seguridad social y por sueldos que a veces no superan los 343 euros.

Desconocemos cuántas son. En noviembre pasado, el Sistema de Seguridad Social de Empleadas del Hogar en Cataluña había contabilizado un poco más de 60.000 pero podrían ser unas 200.000 porque la mayoría permanece en la economía sumergida. Por estas mujeres estamos haciendo muy poco. A pesar de que la Inspección del Trabajo en Cataluña tiene casi plenas competencias, en las últimas Memorias no consta que se haya solicitado una sola vez a los juzgados sociales la autorización previa para entrar a un domicilio en los casos de empleadas del hogar. Las hemos dejado en un total abandono.

No sabemos tampoco cuál es el número de mujeres que duermen en la calle. Es un colectivo que ha ido creciendo pero no se han creado recursos específicos para atenderlas. Son mujeres que prefieren dormir al raso por el miedo y la falta de intimidad que representan unos albergues que están pensados para hombres. Terminan en la calle por la imposibilidad de acceder a una vivienda, por la violencia de género y un mercado laboral que las excluye.

Otras mujeres que enfrentan una extrema precariedad son las que están solas a cargo del hogar. Un 43% de las familias monomarentales vive en Cataluña bajo el umbral de la pobreza. Mujeres que enfrentan inestabilidad laboral, que viven con sus hijos e hijas realojadas en habitaciones o en infraviviendas. La tasa de pobreza infantil en estos hogares se alza al 52%.

El patriarcado no es un hecho inexorable. Linda Williams y Ángela Davis han estudiado como la esclavitud en los Estados Unidos, en su total deshumanización, terminó igualando la situación de hombres y mujeres. Cuando la población afroamericana consiguió liberarse, ellas se relacionaban en términos de igualdad con sus compañeros. Esto favoreció que las mujeres negras abrieran el camino al feminismo en los años 20 reivindicando a través de su música el derecho a disfrutar del sexo y la igualdad en todos los sentidos. No hablamos nunca de esto porque, así como la historia la protagonizan los hombres, también se da mucho más valor a lo que hacen las mujeres de clases más altas, blancas, que fueron las que protagonizaron la revolución sexual de los 60. Está en nuestras manos combatir los efectos del capitalismo sin regulación en la vida de las mujeres no solo poniendo el foco este 8 de marzo en la desigualdad entre hombres y mujeres sino en aquellas que sufren las formas más intensas de discriminación y que son las grandes olvidadas.

Publicado en El País Cataluña el 7 de marzo de 2020. (Foto: Toni Ferragut)

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