(El País, 30 de junio de 2020) Las mujeres han sido las grandes perjudicadas de las últimas crisis sanitarias. El zika, en Latinoamérica, y el ébola, en África, representaron un retroceso en la situación de millones de mujeres que se vieron envueltas en un tipo de emergencia muy femenina: la de los cuidados. El hecho de que sean las mujeres las que se encargan de forma mayoritaria de los cuidados, remunerados o no, debería hacer saltar las alarmas cada vez que se declara una epidemia. Pero está lejos de ser así.

Sara Davis y Belinda Bennett constataban en 2016 que menos del 1% de los estudios académicos posteriores a las crisis del zika y del ébola se centraron en el impacto de género. Ellas, y otras investigadoras como Julia Smith, que dirige ahora una investigación sobre la covid-19, dicen que el déficit de inversión en los sistemas de salud y de dependencia se traduce durante una epidemia en que son ellas las que hacen el papel de “amortiguador” de la falta de medios. Durante el brote de ébola en África Occidental, la mayoría de la atención fue brindada por mujeres que se responsabilizaban de los enfermos pero también de seguir cuidando de las criaturas, a pesar del riesgo que representaba la enfermedad. Este papel de “amortiguador” lo hemos visto también aquí, donde han sido las mujeres las que han llevado el peso. En sectores como enfermería han representado un 85%. En farmacia, un 72%. En residencias y centros de dependencia, un 84%. En limpieza, un 90%. Las mujeres han tenido que hacer frente a una sobrecarga de trabajo, exponerse al virus y seguir cuidando de las personas dependientes.

Desde la declaración del estado de alarma, el Gobierno español se ha esforzado en adoptar medidas para proteger a las mujeres. El ingreso mínimo vital se diseñó pensando en favorecer a colectivos femeninos especialmente vulnerables. Esta dinámica no se ha reproducido en Cataluña, donde el impacto de género de la crisis sanitaria ha estado ausente de las decisiones. Ninguno de los acuerdos de gobierno adoptados durante el confinamiento se dirigió a proteger a las mujeres que estaban en primera línea ni a aquellas que trabajaban en sectores especialmente precarizados, como las empleadas domésticas, las cuidadoras o las kellys. Tampoco se adoptaron medidas para paliar las consecuencias económicas en sectores altamente feminizados.

La economía feminista nos enseña que suponer que hombres y mujeres se benefician por igual de las políticas en medio de una emergencia sanitaria es un error. Colocar a las mujeres en el centro de la respuesta es clave. Y tener una estrategia de género desde el principio, también. Abordar problemas estructurales, como la desigualdad de género, requiere previsión y planificación. No podemos sólo preguntarnos cuánto tiempo tarda el virus en incubarse. En algunas zonas de África, dos tercios de las personas infectadas de ébola eran mujeres. Hay que hacerse otras preguntas.

Lina Gálvez constataba en 2013 que las crisis empeoran la vida de las mujeres: se intensifica el trabajo no remunerado; se recupera antes el empleo masculino y el femenino acaba siendo más precarizado; y se retrocede en las políticas de igualdad. No hay nada que indique que esta crisis será diferente si no adoptamos medidas que impidan que las mujeres se hagan más pobres y más vulnerables.

Publicado en El País Cataluña el 30 de junio de 2020 (Foto: Eduardo Parra/Europapress)

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